LA FIEBRE AMARILLA EN ANDALUCIA A COMIENZOS DEL SIGLO XIX
Juan-Bautista Gutiérrez Aroca
Catedrático de Microbiología Médica
ARTE,
ARQUEOLOGÍA e HISTORIA nº 23-24: 191-203 Córdoba 2017
Resumen
Hasta el
siglo XX la Fiebre Amarilla fue una Enfermedad que con cierta regularidad venia
de América a Europa, sobre todo a España, por la gran extensión de sus dominios
en aquel continente. Estudiamos la s epidemias de Fiebre Amarilla que afectaron a Andalucía a principios del
XIX, y concretamente en Córdoba. Se estudia su repercusión demográfica, el
comportamiento de los distintos estamentos de la sociedad cordobesa de la
época.
Así al mismo
se repasan las distintas teorías sobre el origen continental de la enfermedad.
También se describe la enfermedad desde el punto de vista etiológico, de transmisión,
con la decisiva intervención de Juan Finlay, así como la clínica.
Palabras Clave Andalucía, Arejula, Cádiz, Cartagena, Córdoba, Epidemia, Fiebre Amarilla, Finlay, Málaga, Sevilla, Siglo XIX
Summary
Until the twentieth century the Yellow Fever was a
disease that with a certain regularity came from America
to Europe, especially to Spain,
because of the great extent of its dominions in that continent. We studied the
epidemics of Yellow Fever that affected Andalucia at the beginning of the XIX,
and concretely in Cordoba.
Its demographic repercussion is studied, the behavior of the different estates
of the Cordoban society of the time.
Also the different theories on the continental origin
of the disease are reviewed. It also describes the disease from the etiological
point of view, transmission, with the decisive intervention of Juan Finlay, as
well as the clinic.
Introducción
Actualmente la Fiebre Amarilla no es
una enfermedad que destaque en los círculos sanitarios por estar controlada a
través de las vacunas, medidas higiénicas, etc.; pero hasta el siglo XIX era
una de las epidemias que más muertes causaba.
El
mayor número de brotes epidémicos se registra desde 1793 a 1901, año en que
empieza la regresión de esta enfermedad, quedando reducida a las junglas de
Iberoamérica y África Occidental.
A principios del siglo XIX hizo su
aparición en las costas mediterráneas españolas y atlánticas del sur de España,
así como en otros puntos de Andalucía y el interior de la Península, con gran
violencia, causando grandes estragos en las poblaciones atacadas y propagándose
con gran rapidez. Las causas que favorecieron esta virulencia fueron, entre
otras, la mala higiene de las ciudades de la época y el desconocimiento de los médicos
en cuanto a la causa real de esta enfermedad, sus características, mecanismo de
transmisión y el tratamiento adecuado, pues no se había dado antes en estos
lugares y solo se conocía en las colonias americanas, donde la población
indígena la sufría con mucha más benignidad que los extranjeros. (1)
Descripción de la
Enfermedad
La F. Amarilla está producida por un
virus de la familia de los Flaviridae. El período de incubación se sitúa entre
los 3 y los 7 días. La duración de la enfermedad en caso de curación es de
una a dos semanas. La forma grave o clásica se caracteriza por un comienzo brusco
con fiebre elevada,
escalofríos y cefalea. Pueden existir además, mialgias,
náuseas,
vómitos y
albuminuria,
así como hemorragias por nariz y encías con un descenso febril. A
continuación reaparece la fiebre, se instaura la ictericia
y puede aparecer insuficiencia
hepática o
renal y hemorragias procedentes
del aparato digestivo, de sangre negra y coagulada (vómito negro).
La muerte sobreviene por un fallo orgánico único o múltiple (generalmente
hepático o renal) y deshidratación.
Existe un ciclo selvático, donde el
virus se transmite de mono a mono, a través de la picadura del mosquito del
genero Haemagogus, y un Ciclo urbano donde se transmite entre los humanos por
el mosquito Aedes aegypti (Figura 1).
Figura 1.- Ciclo Biológico.
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El diagnóstico se
hace a partir de los datos clínicos, la detección de anticuerpos específicos o
la demostración del virus, sus antígenos o genoma. Es importante destacar que no existe
tratamiento eficaz, por lo que es imprescindible una correcta vacunación para prevenir la enfermedad. La mortalidad en
los casos graves, en epidemias, puede llegar hasta el 50% de los afectados. (2)(3)
Figura 2.- Finlay y el A. aegypti
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Como veremos, el desconocimiento del
mecanismo de transmisión fue determinante en la propagación de la enfermedad. Hasta
el inicio del siglo XX no se sabía cómo se transmitía la F. Amarilla; fue
Carlos Juan Finlay Bares, hispanocubano nacido en Camagüey (Cuba) en 1833 y
muerto en la Habana en 1915, quien descubrió que eran los mosquitos quienes transmitían
el virus en 1881,aunque no se aceptó su descubrimiento hasta 1898 (Figura 2).
En la construcción del Canal de Panamá, aplicando este conocimiento y actuando
en el saneamiento del medio ambiente, se salvaron miles de obreros y sus
familias. (4)
Orígenes de la F.
Amarilla
No está claro el origen de la F.
Amarilla en América. Era una enfermedad que no existía en la Europa del siglo
XV y sin embargo, hay descripciones de una enfermedad que se identifica con el
Vómito Negro en México en 1445, en Santo Domingo en 1493 y en territorio Maya
entre 1481 y 1500, donde la llamaban “Xekik”. También Finlay considera como
verdadera esta posibilidad (5) (6).
Figura 3.- Teoría del origen africano.
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Por otro lado hay evidencias de que la
F. Amarilla era y sigue siendo endémica en África Occidental (Golfo de Guinea),
de donde procedían muchos de los esclavos negros. Sea el origen africano
exclusivamente o combinado con el ya existente en algunas regiones americanas,
la enfermedad supuso un gran inconveniente para los colonizadores europeos,
pues, según Delgado “era a los que atacaba selectivamente, “lo que ocasionaba
temor entre ellos y originaba un deterioro del desarrollo y el progreso”
(Figura 3). (7)
Antecedentes de la F.
Amarilla en Europa hasta del Siglo XIX
En cuanto a la procedencia de esta
enfermedad en el continente europeo, parece que lo más probable es que fuera de
América, de donde llegaban a las costas andaluzas los barcos comerciales,
trayendo no solo los productos indígenas, sino también enfermedades
desconocidas en estos contornos.
No
existen referencias hasta el siglo XVIII que indiquen que Europa se viese
afectada por la F. Amarilla. Tenemos referencias ya en el 1723 de que hubo un
brote en Lisboa, y con posterioridad en Cádiz en varias ocasiones de 1703 al
1764, así como en Málaga en 1741, debido a la evidente relación entre estos
puertos marítimos y las regiones donde es endémica la F. Amarilla.
En el siglo XIX hay documentación
suficiente para afirmar que Europa fue afectada por la F. amarilla sobre todo
en la 1ª mitad, tanto en la incidencia como en la extensión de las regiones
afectadas. La mayoría de estos brotes epidémicos son en España, solo hay datos
de uno en Brest en 1810 y otro en Gibraltar en 1810-1813 y 1828. En estas
epidemias se vio afectada casi en exclusiva Andalucía y algunos brotes se dieron
en Levante español. (8)
Nuestro estudio se basa en gran medida
en el libro que publicó en 1806 el Dr. Aréjula, donde narra de primera mano sus
experiencias en las epidemias en Cádiz (1800) y en Málaga(1803-1804), y las que
de estas derivaron, al ser un observador privilegiado pues por su experiencia y
prestigio se le encomendó por la autoridades sanitarias de la época, la
organización de las medidas a tomar en las localidades afectadas. (9)
Epidemia de Cádiz 1800
Diego Ferrer en la "Historia del
Real Colegio de Cirugía de la Armada de Cádiz" se refiere así a la
epidemia de 1800 en esta ciudad: "En el año de 1800 y a últimos de julio,
comenzaron a aparecer en Cádiz en el barrio de Santa María, los primeros casos
de un proceso que no tardó en demostrarse, correspondía por su sintomatología
al tan temido vómito prieto o vómito negro, del que hablaban los que en sus
viajes habían llegado hasta La Habana o Veracruz» La enfermedad se fue
propagando progresivamente a toda la población, constituyendo poco a poco, una
de las catástrofes más pavorosas entre lasque periódicamente han azotado a
esta hermosa capital» (10)
Figura
4.- Libro de Aréjula.
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Del mismo modo se expresa Aréjula
(Figura 4): “Se comentaba en Cádiz que fue la Corbeta Delfín quien la
introdujo, procedía de La Habana y en la travesía perdió 3 marineros, por lo
que se puso en cuarentena hasta 10 días después de su llegada el 6 de Julio. También
el 30 de Junio llegó el buque Águila a Sanlúcar de Barrameda habiendo salido de
La Habana y en la travesía perdió 5 tripulantes y luego llegó a Cádiz. La
polacra Júpiter que salió de Veracruz el 4 de Febrero, llegando a Cádiz el 28
de Marzo, muriendo en la travesía 2 tripulantes de Vómito Negro. Toda la
tripulación y pasaje enfermaron, restableciéndose pasadas las Bahamas.
Refiere Aréjula que al puerto de Cádiz
(Figura 5) hay muchas arribadas de muy diversa procedencia, incluido el tráfico
con África (Marruecos o Argelia) tanto contrabandistas como corsarios. Así
mismo habla del tráfico incesante de América, tanto del Caribe como de América
del Norte y concluye “Por todo lo expuesto se colegirá cuán difícil, sino
imposible, el determinar positivamente quien nos ha traído la epidemia” (Figura
5) (9)
La
epidemia comenzó a finales de Julio y principios de Agosto, por el sureste de
la Ciudad, como hemos dicho en el Barrio de Santa María, extendiéndose a los
Barrios de Ave María y San Antonio. Los médicos no tenían la enfermedad como
peligrosa, ni sabían su contagio, pero cundió la alarma cuando fue creciendo el
número de afectados.
Figura 5.- Bahía de Cádiz, siglo XIX.
Aréjula dice que el 13 de Agosto vio
un primer caso de afectado y que durante 3 días estuvo con vómitos líquidos
negros como la tinta y muy abundantes. Como precaución advirtió a los
familiares “que hicieran las cosas propias de un católico”, murió a los 4 días.
También observó el contagio, que él creía
era de persona a persona, “que cuando entraba en una casa todos la padecían, de
una casa pasaba a la otra corriendo por la calle y extendiéndose por el barrio”.
Comenta que los vecinos de Santa María
eran devotos de Ntro. Padre Jesús de Santa María y, confiados en que el Señor
que todo lo puede haría cesar la mortandad, pidieron sacar la imagen en
procesión. El Magistrado se resistía, pues preveía las consecuencias; ante la
insistencia de los vecinos, casi con amenazas, se autorizó la procesión. Esta
duró 7 horas y fue tanta la gente de toda la ciudad que tuvieron bastante
tiempo para contagiarse unos a otros. A esta procesión siguieron otras
manifestaciones religiosas que no hicieron sino aumentar el contagio,
extendiéndose por los barrios siendo el último el de La Viña. Comenzó el 15 de
Agosto y acabó en el mes de Octubre
En Córdoba, ante las noticias de la
epidemia en Cádiz y Sevilla, se constituye la Junta de Sanidad a principios de
septiembre, quedando disuelta en abril del año siguiente.
El
pánico se extendió por la población y llegó un momento en el que muchas
personas huyeron a los pueblos vecinos, extendiéndose aún más la enfermedad. Se
tomaron las medidas habituales: impedir que entraran personas de las zonas
afectadas, establecimiento de distintos lazaretos fuera de las murallas, etc.
Ante la creencia de que se podía transmitir por las mercancías, se establecen
unos depósitos preventivos en la Torre de la Calahorra y la Malmuerta para
aquellas mercancías procedentes de las zonas sospechosas. Estás medidas y otras
puede que fueran efectivas, pues en la ciudad no se dio en estas fechas ningún
caso de F. Amarilla. No pasó lo mismo en La Carlota, en la que se
contabilizaron 30casos de Fiebres sospechosas. (9)
De esta manera, y a modo de resumen,
las siguientes cifras dan cuenta de la gravedad de la epidemia sufrida en Cádiz
en el año 1800: de 57.499 habitantes, 48.520 cayeron enfermos. De éstos, se
sabe que 41.133 sanaron, mientras que 7.387 muertos restantes, fallecidos en
sus hogares, 5.810 fueron hombres, y 1.577 mujeres. A esto hay que añadir 1.128
murieron en; el Hospital de la Segunda Aguada, en La Carraca, en los buques, y
dentro del ejército. (9)
Sevilla 1800
Para ver el impacto de esta epidemia
en Sevilla, hemos creído esclarecedora la visión de Blanco White, testigo de la
catástrofe, recogido por Suárez Fernández, y los datos cuantitativos de las
defunciones que generó en la ciudad de Sevilla.
"La fiebre amarilla, que había
surgido en Cádiz unos meses antes, apareció en el populoso arrabal de Triana,
al otro lado del Guadalquivir. (…) Los progresos de la enfermedad fueron lentos
al principio y limitados a una acera de la calle en que empezó. Las primeras
autoridades convocaron a los médicos a reuniones extraordinarias. (…) El
pueblo, ignorante del peligro que lo amenazaba, acudía en masa a estas
reuniones para divertirse a costa de los doctores, que se convierten en
pendencieros y quisquillosos cuando se pican unos con otros. Algunos de los más
competentes se atrevieron a declarar que la fiebre era contagiosa, pero su voz
fue ahogada por el clamor de la mayoría (…). Mientras tanto la enfermedad cruzó
el río y (…) comenzó a hacer estragos dentro de las antiguas murallas de la
ciudad. Ya era hora de alarmarse, y en efecto, las autoridades dieron las
primeras señales de preocupación. Pero no va a dejar de sorprenderle a usted la
originalidad de las medidas tomadas. No se decretó la separación de la parte
enferma de la ciudad de la parte sana, ni tampoco se arbitró ningún medio para
atender y hospitalizar a los enfermos pobres. (…) las autoridades civiles
sabiamente resolvieron solicitar del arzobispo y del Cabildo catedral la
celebración de las solemnes plegarias llamadas rogativas, que se hacen en
tiempos de calamidad pública. (…) durante nueve días seguidos se celebraron las
rogativas en la Catedral.
Cuando el pueblo notó que (…) la
enfermedad seguía avanzando a paso rápido, empezó a buscar otro medio más
eficaz de conseguir la ayuda de los cielos. Los más ancianos sugirieron que se
exhibiera en lo alto de la torre conocida con el nombre de Giralda, el Lignum Crucis,
es decir, un fragmento de la verdadera cruz, considerado como una de las
reliquias más preciadas de la Catedral hispalense. Se acordaban muy bien de
que, en cierta ocasión, a la vista de la milagrosa astilla, una espesa nube de
langostas que amenazaba asolar los campos vecinos levantó el vuelo y huyó a
otro lugar, probablemente a cualquier país pagano. Se creía que el Lignum Crucis
purificaría ahora la atmósfera y acabaría con la infección." (11)
Según los datos aportados por
Hermosilla Molina, la epidemia de fiebre amarilla de 1800 provocó la muerte,
sólo en la ciudad de Sevilla, de 14.685 personas, mientras que 61.803 sanaron,
de un total de 76.488 afectados. Se calcula que la ciudad debía rondar los 80.000
habitantes. Es decir, en torno al 18% de la población perdió la vida en los
cuatro meses que duró la epidemia (entre agosto y noviembre). (12)
Epidemia en Málaga
1803-1804 y su extensión por Andalucía
Tanto en 1803 como en 1804 se
padecieron en Málaga unos brotes de F. amarilla con gran mortandad y grandes
repercusiones económicas y sociales. La epidemia empezó en los meses de
Julio-Agosto (véase la coincidencia de los meses con Cádiz 1800)
El origen de estos brotes es difícil
de conocer, Arejula habla de que en 1803 él pudo estar en cuatro barcos de
distintas procedencias que eran sospechosos por haber perdido tripulantes en la
travesía. (9)
Otros autores descartan esta
posibilidad: el Desaix y el Unión procedían de Marsella y llegaron el 17 de
Mayo y 3 de Junio respectivamente. El Joven Nicolás, procedente de Esmirna,
llegó el 22 de Mayo y el Providencia procedente de Montevideo. Como se ve todos
ellos llegaron mucho antes, además los primeros procedían de puertos europeos y
si bien el Providencia procedía de América, Montevideo no era una zona endémica
(13).
La enfermedad se propagó por el barrio
del Perchel, aunque hay variedad de opiniones respecto al primer caso. Aréjula
refiere que un tripulante afectado fue alojado furtivamente en una vivienda del
barrio, propiedad de Cristóbal Verdura, muriendo a los pocos días y
enterrándose a escondidas en la Iglesia de San Pedro, viéndose afectado el
clérigo así como toda su familia, “por lo que tomaron horror al citado templo”
cerrándose y permaneciendo así hasta que acabó la epidemia y se fumigó. Toda la
familia Verdura se vio afectada, si bien no todos murieron, extendiéndose a los
amigos y viéndose afectado el barrio en pocos días y pasando luego a los de la
Trinidad, Capuchinos y Alta, y ya a comienzos de Octubre toda la ciudad quedó
afectada. La epidemia se dio por terminada el 17 de diciembre de 1803 (Figura
6) (9). Las cifras que retratan la misma son 16.517 enfermos de una población
de 48.015 habitantes. De los enfermados, 9.633 sanaron, mientras que 6.884
murieron. (9)
Figura
6.- Málaga en el siglo XIX.
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El brote de 1803 trajo consigo la
expansión de la epidemia, primero por los pueblos vecinos y luego a otras
localizaciones más al Norte de Andalucía, pero sobre todo se propagó a través
de barcos guardacostas también por el Levante mediterráneo, llegando hasta
Alicante y Cartagena, y de esta a Vera.
En el año 1804 se vuelve a sufrir un
nuevo brote de fiebre amarilla, mucho más virulento que el del año anterior,
coincidiendo además con una gran crisis agrícola y, para aumentar el
dramatismo, con 3 terremotos en el mes de Agosto.
Comenzó a finales de Junio en la calle
Pozos Dulces de la Parroquia Santos Mártires, manteniéndose dentro de los
límites de dicha parroquia hasta finales de Julio, momento en que se diseminó
de forma explosiva por toda la ciudad. Curiosamente no se dio ningún caso en el
barrio del Perchel (origen de la epidemia del año anterior) hasta el mes de
Septiembre.
Se adoptaron medidas preventivas, como
la creación de 2 lazaretos fuera de la ciudad, así como fumigaciones,
saneamiento de mobiliario, etc. La epidemia se dio por terminada el 28 de Septiembre
de 1804 (13). En esta ocasión, de 36.054 habitantes murieron 11.464 (6.435
hombres, 5.029 mujeres).
Otros lugares que fueron
afectados
La F. Amarilla se extiende por Andalucía
a partir de las epidemias de Málaga, de la mano de Arejula sabemos que fue “por
las personas que movidos por el miedo al mal, huyen de esta ciudad”. (9)
Relata Aréjula que en Antequera, a
raíz del comienzo de la Feria, empieza la enfermedad cuando ya decaía en
Málaga, a través de un individuo que procedía de allí y fue a casa de su
familia, que resultó afectada muriendo seis miembros de la misma y
extendiéndose por la localidad. También procedía de Málaga un médico con su
mujer, ella murió a los pocos días en Antequera y él siguió hasta Cádiz,
alojándose en casa de Aréjula donde también murió, así como su criada. Sin
embargo la familia de Aréjula no se vio afectada, por haber padecido la
enfermedad en 1800. Como dato curioso podemos decir que cuando la epidemia
estaba remitiendo, los vecinos hicieron una procesión rogatoria que duró varias
horas y que “estuvieron rozándose mucho rato”; a los 4 días aumentó el número
de muertos de 37 a 80. Se dio por terminada el 1 de Febrero de 1805 (9).
En poblaciones como Estepa no se dio
ningún caso, por establecer de manera precoz las medidas preventivas de
aislamiento y demás. No sucedió igual en La Rambla a donde llegó un arriero que
traía trigo desde Málaga; venía afectado porque allí “tocó los carros que
llevaban los muertos” y aunque él sanó, se extendió la enfermedad por la
población, dándose por finalizada el 18 de enero de 1805 (9).
Siguiendo el mismo patrón, Montilla se
vio afectada por un religioso que procedía de Málaga, contagiando al médico que
lo atendía y su familia, muriendo todos. Se habla también de un arriero que
vino enfermo como en el caso anterior. Lo mismo sucedió en Espejo: aquí el
arriero, consciente del peligro que podía suponer, no quería entrar en su casa,
dio aviso a su mujer de que le prepararan una choza en el campo, pero la mujer
lo convenció para que pasara en su casa la enfermedad y como tenían una tienda
a donde iban los vecinos a comprar las mercancías que él traía, la infección se
extendió por el pueblo rápidamente. En Espejo hicieron, no obstante, medidas
preventivas, como aislar la parte baja de la alta, saliendo esta última indemne
de la epidemia, que se dio por finalizada el 22 de enero de 1805 (9).
Aréjula también establece relación
entre la epidemia de Málaga y la aparición de ésta en Ronda, reforzando su
teoría de enfermedad contagiosa. Refiere cincuenta muertos, pero no sabe
cuántos afectados hubo.
No sólo afectó la epidemia de Málaga a
Andalucía, sino que nos informa de otros focos en Alicante y Cartagena, dando
como causa las tripulaciones de unos barcos guardacostas, que al no cumplir las
medidas preventivas, propagaron la enfermedad. Obsérvese que, en el caso de
Alicante, estamos hablando de una población de 13.212 habitantes, de los cuales
murieron 2.472 (1.552 hombres y 920 mujeres); mientras que en el caso de
Cartagena, sobre una población de 33.222 habitantes murieron 11.445 personas
(7.630 hombres y 3.815 mujeres). (17)
El caso de Vera es algo distinto, pues
el nexo de unión de la enfermedad no estuvo en Málaga, sino en Cartagena, a
través de una familia que el 14 de septiembre de 1804 se trasladó desde allí
hasta la población de Vera y venían afectados. Todos sanaron, si bien la
epidemia se extendió por el lugar cobrándose su cuota de víctimas, hasta que se
dio por terminada el 15 de enero de 1805. (9)
La epidemia de Granada
Se originó a mediados de Agosto y duró
hasta Noviembre. El primer enfermo se sitúa el 14 de Agosto procedente de
Málaga, de donde vinieron muchas personas huyendo, constatándose esta emigración
hasta primeros de septiembre.
Se
toman medidas preventivas paradójicas: se prohíben las comedias, para que no
haya aglomeraciones, y sin embargo se hacen procesiones incluso en el periodo álgido
de la epidemia, como el llevar a la Virgen de las Angustias a la catedral.
Al poder ser atendidos todos los
afectados en un solo lazareto, permite controlar el número de víctimas procedente
de distintas parroquias. No obstante, hay unas cifras discordantes,
considerando siempre una población de 54.962 habitantes: Aréjula habla de 306 muertos (185 hombres -121 mujeres),
mientras que Jiménez Ortiz contabiliza 40 muertos, aportando datos de los
libros de enterramientos de las parroquias del Sagrario, San Ildefonso, San
Nicolás de Bari, San Miguel y San Gil (todas dan cifras esperables en estos
casos, salvo la última, que fue donde se estableció el Lazareto).La epidemia se
dio por terminada el 28 de Octubre de 1804. (9) (14)
La epidemia en Córdoba y
su provincia
Una vez instaurada la epidemia en Málaga
en 1804 y con la experiencia acumulada, la ciudad de Córdoba se prepara para
evitar o minimizar sus efectos, para lo cual se proponen medidas de aislamiento
creando lazaretos en distintos lugares de las afueras de la ciudad. También
controles en las puertas de la ciudad, sobre todo con las personas procedentes
de Málaga, así como un cordón sanitario, fuera de las murallas.
Se
suprimen La Feria de la Salud en septiembre y se establecen distintas medidas
higiénicas en el recinto amurallado.
Figura 7.-Retablo a S. Rafael Calle Candelaria.
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El inicio de la enfermedad no está claro.
Se habla del primer caso en la calle Almonas en el barrio de S. Andrés en la
Axerquia, sin determinar cómo llegó allí. Incluso Aréjula habla de una posible contaminación
a partir de un cargamento de lino procedente de países epidemiados (9) (14),
siguiendo la teoría de la Junta de Sanidad, si bien ya existían en la ciudad
enfermos procedentes de Montilla.
La enfermedad se difunde a partir de
este barrio de S. Andrés, a mediados de octubre, extendiéndose por el resto de
la Axerquia y en Noviembre entra en los barrios intramuros; parece ser que el
brote fue limitado, dándose por acabada la epidemia el 24 de noviembre del
1804.
Para mayor tensión en la población, en
el mes de Noviembre se dieron más casos
de viruela de los habituales, solicitándose “pus vacuno” a Sevilla para
inocularlo a la población. Este hecho nos dice claramente el estado defensivo en
que se encontraba la ciudad. En Córdoba, que no se libró en esta ocasión como había
sucedido al parecer en 1801, se alzó entonces un altar, que aún hoy se conserva
en la calle de Candelaria esquina con Lineros que dice: "en prueba de
agradecimiento por haber visto nosotros salva a nuestra ciudad de la
amenazadora mortífera epidemia que devastaba la baja Andalucía" (15) (Figura
7) También ante la mortandad en tan poco tiempo se planteó la creación del que
luego sería el Cementerio de la Salud. Sin embargo por carencia de medios y la regresión
de la epidemia, hicieron desistir a las autoridades. El cementerio se creó unos
años más tarde, en 1811, ante un decreto del rey José I (16)
Arejula habla de 400 muertos (180 hombres,
220 mujeres) sobre una población de 40.000 habitantes. (9) (13)
Para finalizar, incluimos un gráfico
de histogramas en el que reunimos todas las epidemias que hemos tratado en la
presente revisión, incluyendo para su comparación la cifra de habitantes total
del momento, en cada población, y la proporción en mortalidad de cada una de
ellas.
Figura
8 Se expresa el porcentaje de muertos en las distintas capitales, respecto a la
población total del momento.
PREVENCION
Sobre la utilidad de las fumigaciones
no hay acuerdo entre los médicos de la época; el doctor Cabanellas, médico de
la Armada en Cartagena, progresista, tenía fe ciega en los gases sulfurosos,
sin saber que tales gases no obraban por si, sino seguramente ahuyentando a los
mosquitos vectores; él sólo intuía y por su propia experiencia que el contagio
no era directo (persona a persona),y por ello no vaciló en dormir en los mismos
lechos que los amílicos (término con el que se designaba a los enfermos de
fiebre amarilla), hecho que le valió ser nombrado por el Rey "Médico de
Cámara, el empleo de Inspector General de Epidemias, todo ello atendiendo a su
talento, servicios y valor sereno con que, para probar la eficacia de aparato
de desinfección de su propia invención, mediante el empleo de los gases
sulfurosos de Gaitou-Morveau, muy combatidos por los médicos, encerróse en el infestado
Hospital de Antiguones durante 40 días en compañía de 48 penados voluntarios y
de dos de sus hijos, durmiendo en los lechos y habitando en los aposentos de
los contagiados por la fiebre amarilla, que de 3.087 atacados había hecho
sucumbir a 1.287 sin hacer otra cosa en las camas aun sucias por el sudor de
los enfermos, y en los aposentos manchados por las deyecciones y los vómitos,
que someterlos durante cuatro horas a los vapores desinfectantes, logrando
salir completamente indemne con todos los que confiados en sus conocimientos
científicos se habían sometido con él a tan atrevida prueba." (17)
Sin embargo Aréjula no es del mismo
parecer, aunque no deja de emplear dichos gases: "yo creo que estos medios
(los gases), puede permitirse se empleen para purificar las habitaciones pasada
la epidemia; mas no aseguraría se destruyese totalmente esta ni su causa, ni
que sean suficientes para cortarla mientras reyna con alguna fuerza."
“Basta para que aproveche esta maniobra cerrar bien la pieza donde se quiere
executar, prender fuego a un poco de azufre en cualquier tiesto, salirse el que
lo enciende, y hacer que permanezca cerrado el aposento quatro o más horas. (18)Bartolomé
Mellado incluso publicó una "Memoria sobre la inutilidad de los perfumes…”,
"No es mi ánimo desacreditar unos medios que se miran por todas las
naciones, como el principal recurso en los casos de epidemia. Estoy firmemente
persuadido, que los ácidos reducidos a gas, y con particularidad el muriático
oxigenado, destruyen el contagio que pueden conservar las ropas que se ponen a
su acción. Creo igualmente, que son los únicos capaces de purificar los
quarteles, hospitales y otros edificios públicos, donde se han reunido enfermos
de esta clase." (20)
Y esto si ejercía poderosa influencia
en el curso de la enfermedad, tal como nos relata Aréjula: "El Dr. D.
Bartolomé Mellado, Medico de Sanidad en Cádiz y sugeto muy instruido, me
comunicó que en el Hospital asistía en la Real Isla de León, durante la epidemia de 1800
observó que morían casi todos los enfermos que se ponían en una sala terriza y
poco ventilada: movido de este desastre, determinó la limpiasen, blanqueasen y
abriesen ventanas, para lo que solo esperaba muriesen nueve epidemiados que
quedaban en ella; pero habiéndole concedido el que pudiera poner enfermos en
una sala alta, grande y muy ventilada que se conservaba para oficiales, pasó a
ella ocho de los nueve mencionados, que quedaban en aquella, y el otro lo dexó
quieto por estar agonizando mas al día siguiente observó una mejoría sensible
en todos ocho enfermos, que comenzaron a dar esperanzas de vida; lo mismo
sucedió con el que no se movió quando empezaron a sacar camas, ropas, abrir
puertas y ventanas, y todos curaron a los quince días, quando antes apenas
escapaba alguno". (19)
Estos eminentes médicos del siglo
pasado, habían comprobado que la enfermedad solo se daba en épocas
determinadas del año, pero sin descubrir que esto se debía a la ausencia del
mosquito, por el frío. Veamos opiniones de Aréjula al respecto: "la calentura
amarilla es más contagiosa en el estío que en el otoño… su duración es como de
cien días desde su primer acometimiento hasta su terminación…. solo desde fines
de Junio o principios de Julio hasta últimos de Diciembre es el tiempo en que
uno puede contagiarse, o durante el qual se hallan los contagios con potencia
para crear el mal, en algunas personas fuera de la época asignada no tienen éstos
virtud alguna para producir la tal enfermedad y opino que, quando por la
estación finaliza la calentura amarilla, suelen algunos quedar contagiados;
pero no se manifiestan los efectos de los contagios hasta que la estación
favorece o es al propósito para el efecto". (19)
Realmente,
lo que en todas partes se aplicaba era el acordonamiento y aislamiento de la ciudad
afectada por la epidemia, con los consiguientes problemas que esto acarreaba de
escasez, higiene, etc... agudizados por el miedo al contagio: "ordena el
Conde de Montarco al Capitán General de Valencia que establezca un cordón sanitario
para aislar a Cartagena, tanto por mar como por tierra, con motivo de la
epidemia de fiebre amarilla de que es víctima esta población. En vista de la
orden que precede y del considerable número de muertos y enfermos que había en
esta ciudad, lo cual daba la evidencia de que el mal que en ella reinaba era
epidémico, procedió el Capitán General a encerrarla con un riguroso cordón
militar". (17)
TRATAMIENTO
Refiriéndonos ahora a los remedios que
aplicaban a tan desastrosa epidemia, los médicos de la época no conseguían
buenos resultados, a juzgar por lo que Aréjula confiesa en su libro: " Yo
conozco un solo medio seguro y eficaz de libertarse del contagio, que es irse
pronto lejos, y volver tarde, o bastante tiempo después de haberse exterminado
la enfermedad". Además no cree en la eficacia de las vacunas "Algunos han creído que la vacuna era
otro de los remedios que preservaban: por desgracia Cádiz ha falsificado
completamente esta opinión, pues casi todos los niños, que son miles, que se habían
vacunado desde 1800 hasta 1804 han tenido igualmente la epidemia que los no
vacunados; ya lo había visto yo en Málaga en 1803 y afirmado a la superioridad
era infructuosa la vacuna con semejante fin." (9) Está claro que la
vacuna de la época no era lo suficientemente eficaz.
Así pues se aplicaban los remedios y
medicinas con esperanzas de conseguir si no la curación, al menos un alivio,
dejando a la naturaleza actuar contra el mal con sus propios recursos. Dice
Aréjula: "El vómito negro por las observaciones que he leído, y la
práctica que sigue el Dr. Pérez Comoto, el opio es el remedio más poderoso. En
nuestra calentura amarilla el dulce emético (vomitivo) muy a los principios en
los que tienen fuerzas; la mucha quina, los estimulantes aplicados exteriormente
y a los intestinos gruesos por medio de lavativas apropiadas; y el opio como
auxiliar para contener los vómitos y otros movimientos desordenados han sido
los medicamentos de esperanza. (9)
A continuación nos explica su
tratamiento: "cuando llama el doliente muy al principio, y los síntomas son
regulares, si la agilidad y fuerzas se encuentran moderadas, se dexa pasar el
frio; y finalizado este, y entrada bien la calentura, se le puede hacer tomar
un emético antimonial, hasta que tenga ganas de vomitar; en cuyo caso se le
auxilia con el agua tibia para que vomite moderadamente, y se le dexa
descansar..... Si el emético promueve sudor, suave y constante debe mantenerse
este; pero sin dexar de administrar cada dos o tres horas un pocillo de una
buena tintura de quina, cargada y mezclada con el éter sulfúrico.
“Luego que cesa el efecto del emético
conviene darle al enfermo una taza de buen caldo y una copita de vino.... y a
la hora un dracma de quina desleída en medio pocillo de agua..... alternando
las tazas de caldo con un tanto de quina, y esto mantenido dos o tres días más.
He empleado unas lavativas con agua de la mar, rebajada con agua dulce según
convenga. También aplicarles los sinapismos (cataplasmas) en las plantas de los
pies... estimulante poderoso y universal, que aviva la acción del sistema nervioso
y sanguíneo.
En cuanto a alimento no se le dará al
enfermo sino caldos bien sustanciosos, pero sin gordura alguna; podrá también consentírsele
una sémola ligera, una poleadita, y un poco de vino”.
Pero lo cierto era que nadie tenía un
remedio seguro y eficaz y se probaban todos los conocidos. Así vemos en
Cartagena que "por orden del Capitán General del Departamento, se
recomienda el plan aconsejado por el médico ingles mister William Pym, como así
mismo el de los baños fríos acidulen aplicados desde el tercer día de la
invasión de la fiebre amarilla, experimentados por el médico Cabanellas.(17)
IMPACTO - ALTERACIONES
EN LA SOCIEDAD ANTE LA ENFERMEDAD
El comportamiento del género humano
ante las catástrofes o enfermedades es muy desigual, dependiendo de muchos
factores que le influyen: morales, económicos etc. Intentaremos analizar
someramente estos comportamientos, siguiendo a aquellos que más han estudiado
estas epidemias; Aréjula en Cádiz, Carrillo y García-Ballester en Málaga y
Soler Canto en Cartagena. Hay que considerar que el enfoque es muy desigual,
pues Aréjula escribió su memoria a principios del XIX con todos los
condicionantes de la España de la época: no critica a ningún estamento de la
sociedad y sólo tiene alabanzas, cuando se lo merecen, para ciertos colectivos
de probada eficacia y sacrificio. Los otros dos estudios se hicieron casi dos
siglos después, con un espíritu más crítico e independiente.
Aréjula habla que la actuación de los
médicos durante estas epidemias fue en ocasiones heroica, pues no contaban con
apenas medios y como ya he dicho anteriormente la situación sanitaria era muy
deficiente. En la Historia del Real Colegio de Cirugía de la Armada de Cádiz puede
leerse: "En las múltiples epidemias que se produjeron en Cádiz y sobre las
que tan profusa literatura se ha impreso, los Profesores y colegiales, actuaron
siembre con verdadera vocación”. Citaremos tan solo algunos datos de la que se
produjo en 1800 de fiebre amarilla:
-
El número de afectados en el Colegio entre su personal fue tan extraordinario,
que tuvieron que nombrar sangradores sustitutos, leyéndose en un informe en el
que se solicitaban que "llegando a tal extremo las urgentes necesidades de
facultativos para los hospitales, por no tener entre muertos y enfermos de
quien echar mano".
-
" La Real Junta de Gobierno de la Facultad reunida, se ha enterado del
Oficio de 30 de septiembre, en que el Vice-Director interino la consulta sobre
lo que debe hacerse en el próximo curso literario y hecha cargo de lo mucho que
han padecido los alumnos, con motivo de la epidemia que ha afligido y aun
aflige a esa Ciudad, ha tenido por conveniente aprobar a todos el último curso
pasado y dispensarles los exámenes que debían sufrir, para que logrando algún
descanso, entren con menos fatiga en el inmediato.”
-
“Lo mismo que se dice de los médicos, se debe entender de los sacerdotes,
asistentes y cualquier clase de gente cuyo ministerio exija acercarse a los contagiados,
vivos o sus cadáveres, pues son siempre los que están más expuestos a enfermar.(9)
Carrillo y García-Ballester, en su
libro sobre la epidemia de Málaga, y basándose en el estudio de Mendoza que habla
del comportamiento de las clases sociales dice que” en los primeros días de
octubre de 1803 se cuentan por centenares las personas que abandonan la ciudad.
Todos eran hacendados, de la más alta potencia económica…que marchan hacia sus
haciendas en el campo”.(18)
Respecto a la epidemia de 1804 el comportamiento
es el mismo, solo que, al tener la experiencia del año anterior la huida se
hizo más precoz y más numerosa, lo que nos recuerda a lo descrito en otras
grandes epidemias de la historia como la que refiere Bocaccio en el Decamerón.
También podemos hablar de su
participación económica, pues a pesar de su poder adquisitivo, solo representa
el 2,5% de lo recaudado y no siempre voluntariamente. Según lo dicho, estamos
hablando de una actitud negativa, inhibiéndose con su huida de los problemas de
la ciudad y repercutiendo en ella negativamente, como miembros que son de las
clases dirigentes.
Existe un manuscrito, “Diálogo de los
muertos”, que de forma anónima denuncia a las instituciones y autoridades
durante la epidemia de 1803. Tomando sus afirmaciones con la debida cautela,
denuncia la corrupción y el abandono de sus obligaciones, aunque también el
reconocimiento del buen hacer de otras autoridades.
Respecto a las autoridades
eclesiásticas, y concretamente al obispo D. José V. de la Madriz, afrancesado,
colaboró con las autoridades civiles y reales, valoró más las medidas
preventivas que las tradicionales de oraciones, rogativas, procesiones, etc.,
chocando con el clero tradicionalista e incluso con el pueblo, que consideraba
la enfermedad como castigo divino. También es de alabar la aportación de sus
rentas para la curación de los enfermos.
Otro aspecto importante es el
comportamiento de las autoridades civiles. Sin extendernos en detalles, solo
cabe destacar la corrupción de algunos, que podía llegar incluso a enviar a los
lazaretos a personas sanas como venganza personal. Frente a esto Aréjula
destaca a D. Rafael Trujillo por “su tesón, serenidad y acierto en el mando...”
pues ni la pérdida de su más querida familia (mujer e hija y dos sobrinos) fue suficiente
para apartarle del cumplimiento de sus obligaciones (9).
Respecto al colectivo de los médicos,
los testimonios son contradictorios. En el citado “Diálogo de los muertos” se
dice que estaban en constante estado de embriaguez y que muchos enfermos
preferían morir en silencio a ser tratados por ciertos médicos y otros
cuestionan sus conocimientos científicos. No hay que olvidar el carácter
clandestino e hipercrítico del manuscrito, que no llegó a publicarse. Otras
fuentes dicen todo lo contrario, corrigiendo estos duros comentarios.
El brote de 1803 dividió a la clase
médica ante el origen de la enfermedad. A principios de octubre varios médicos
denuncian el estado epidémico existente, presionando para que se establecieran
una serie de medidas preventivas, mientras que otros, influenciados por el
gobernador, al que no le interesaba esta declaración pues dañaba sus intereses
económicos, hicieron constar que el estado de la población era bueno.
Al llegar Aréjula, comisionado por la
Junta Suprema de Sanidad, se inició un cierto orden, pues a pesar de las
presiones, elaboró un informe comunicando la gravedad de la situación, e
iniciando una serie de disposiciones con resultados polémicos, como cerrar los
templos, prohibir las reuniones, separar a los enfermos de los sanos, así como
organizar un sistema para alimentar y atender con medicamentos a los más
pobres, etc.
En
la epidemia de 1804, con la experiencia del año anterior, fueron más
diligentes, a pesar otra vez de las presiones del gobernador, que llegó a
desterrar a un médico que se oponía a sus deseos. Aréjula otra vez decidió la
situación y además aceptó el ofrecimiento generoso de facultativos de otras
provincias, ante la falta de éstos en Málaga. Algunos de estos voluntarios
murieron a los pocos días de su llegada y lo mismo ocurrió con un elevado
número de profesionales sanitarios, tanto médicos, cirujanos, farmacéuticos,
que pagaron con sus vidas su entrega.
Una enfermedad colectiva es un
acontecimiento que conmociona profundamente a la sociedad afectada, actúa como
un revulsivo en los comportamientos de los distintos grupos sociales, que son
diferentes según las repercusiones en cada caso. Dentro de estos grupos no hay
que olvidar a la Iglesia, dada su influencia sobre la población al ser un
verdadero monopolio ideológico, además de potencia económica y de recursos
humanos con distintos intereses y tendencias (conservadores, progresistas..)
Respecto al comportamiento del clero,
si nos atenemos al manuscrito citado..” el secular parroquial andaba todo el
día ocupado, asistiendo a los enfermos, que no podían atender a todos los que
se lo solicitaban…” teniendo numerosas bajas por atender a los enfermos. Esta
postura contrasta con otros grupos de la Iglesia que se sabe que llegaron a
emigrar, en número más alto incluso que las clases privilegiadas. El número era
tan alto, que pronto el Cabildo catedralicio no podía organizar el culto ante
los pocos que quedaban, y el 14 de agosto la situación era tan alarmante, que
el Cabildo aceptó que se tomasen decisiones sólo con un miembro del mismo.
La actuación de la Iglesia tradicional
fue mantener un estado de tensión religiosa, en ocasiones contraria a las
medidas sanitarias. Hacen rogativas, novenas con procesiones, etc., que en un
momento dado son suspendidas por el obispo, al que un sector del clero
tradicionalista se enfrentó de forma virulenta. La idea que argumentaban era
que siendo Dios el origen de todo, las causas naturales que se derivaban de
esto también eran de origen divino, por lo que solo Dios podía cambiar estas
“desviaciones naturales”, siendo El la única y universal medicina. Según esto,
al hombre solo le quedaba una vía y era la oración; pero el clero advirtió que
no eran eficaces las rogativas individuales, pues “distraían a Dios” y solo
valían, pues, las colectivas.
Como se ve esta actitud es la de un
sector del clero que ve peligrar su estatus. El cierre de iglesias y otras
medidas supone una pérdida de su prestigio y del control mental que ejercían
sobre las gentes. Aparte de lo citado del obispo, el resto de las instituciones
eclesiásticas siempre fueron reacias a contribuir en el gasto y, cuando se les
obliga, lo plantea como una operación mercantil, asegurándose su recuperación.
Dentro del colectivo de los
funcionarios, y según el manuscrito, nos da una visión muy negativa pues “los
escribanos se negaban a autorizar testamentos por miedo al contagio, por lo que
eran muchos los hijos que quedaban sin poder legitimarse y consecuentemente, no
podían recibir la herencia que les correspondía”. Algo de esto debió suceder,
pues la Junta se vio obligada a cerrar algunas escribanías y a imponer multas a
otras.
Pero ¿qué pasaba con las clases más
bajas de la sociedad? Estos fueron los más afectados por la enfermedad por
distintas razones. Las posibilidades de emigrar eran casi nulas por carecer de
vivienda fuera de la ciudad, y su subsistencia dependía casi exclusivamente de
su trabajo. La alimentación también se vio comprometida al elevarse los precios
y muchos locales de trabajo se vieron forzados al cierre, incluso la mendicidad
se vio afectada al haber emigrado las clases pudientes. Como consecuencia se
produjo una marginación en este sector de la población, que llevó a una parte a
la delincuencia como única salida. Las autoridades intentan paliar este problema
creando nuevos puestos de trabajo, incluso sin la preparación técnica adecuada,
con suministro de alimentos, etc.
La delincuencia aumentó, y ante el
abandono de muchas propiedades éstas fueron saqueadas, de tal forma que hubo
que reforzar la vigilancia con soldados de la guarnición. Esta situación se
agudiza cuando las tropas abandonan la plaza y el Ayuntamiento crea una
vigilancia con voluntarios. Esto supuso otro problema por el coste de
mantenimiento de estos grupos, por lo que serán los ciudadanos que se queden
los que, con sus donativos, mantienen el sistema, que en realidad se había
creado para proteger la propiedad de las clases más pudientes, lo que da lugar
a una situación paradójica.
La
enfermedad, de una forma lenta pero progresiva, crea una serie de tendencias
sociales cada vez más radicalizadas al romperse las expectativas que las clases
más bajan tenían en sus autoridades, tanto civiles y eclesiásticas, como
mantenedoras del orden tradicional. (13)
Soler Cantó, en “Cuatro siglos de
epidemias en Cartagena” relata que los médicos tenían que soportar la escasez
provocada por el acordonamiento de las ciudades, como en Cartagena: "los
médicos, que trabajan de sol a sol y de luna a luna, que llevan sobre si el
peso de la epidemia, que mueren como se verá en el cumplimiento del deber,
tienen que sufrir otra nueva humillación: el 10 de octubre y en vista de la
escasez de recursos, se limita a 20 reales diarios el sueldo de los médicos que
asisten a los enfermos del Hospital de Antiguones" (17). El 26 de octubre
"el director del Hospital Militar, D. Eduardo Alearaz, reclama más camas a
las autoridades de Cartagena. De igual modo D. Miguel Cabanellas, encargado del
Lazareto, de San José, en Cartagena, pide al gobernador militar de la plaza:
"Es menester que a la brevedad posible mande usted venir 40 presidiarios
para abrir otra zanja, pues a pesar de que a presencia mía he hecho colocar los
cadáveres tan arreglados como pueden estar las sardinas en una bota, quedará
aquella llena dentro de tres días, y si no estamos prevenidos experimentaremos
un chasco bien melancólico" (17). Esto a pesar de la magnífica
organización y plantilla numerosa y variada que este doctor mantenía en el
Lazareto.
En Cartagena, al finalizar la epidemia
de 1804, "por bando del Capitán General del Departamento y Presidente de
la Junta de Sanidad, Don Francisco de Borja Norja y Poyo, se previene al vecindario, que habiendo
cesado felizmente la fiebre icteroide (amarilla), desde el día 26 del corriente
mes de abril se abrirá la comunicación con Murcia y su reino…..y ábrase por mar
y tierra la comunicación de Cartagena con el exterior, que había estado
interrumpida durante siete meses por un riguroso cordón a causa de la epidemia
de fiebre amarilla que se experimentaba en dicha ciudad. Recomienda además al
pueblo que se abstenga de comprar y usar ropas procedentes de contrabandos,
que introdujeron aquí la epidemia, y encarga la mayor limpieza e higiene. Por
última, ordena a todos los funcionarios y vecinos de la ciudad y su campo que
avisen a la autoridad al menor síntoma de contagio que noten....”.(17)
Cuando por fin la epidemia empieza a
decrecer y se consideran fuera de peligro, en todas partes los pueblos elevan
al cielo sus oraciones, celebrando la terminación de la enfermedad mortal.
BALANCE DE LA EPIDEMIA
Nos relata Diego Ferrer: "No es
difícil imaginar la confusión y el terror de las gentes. Debían ser enormes
las dificultades que tenía que experimentar una población aislada, con la mayor
parte de ciudadanos incapacitados, afectados por la grave enfermedad o
convalecientes de ella; con el temor de padecerla los sanos, y todos llorando
la perdida de deudos, allegados y amigos. Los cadáveres recogidos en un
depósito común, eran conducidos en carros a los lugares de enterramiento,
envueltos en un simple sudario. El espectáculo de los acompañantes, con
frecuencia macilentos desencajados, convalecientes del mismo proceso, hacía el
cuadro más tenebroso. (10)
Para
evitar el incremento del terror, se prohibieron las rogativas públicas. El
Viático, cuya presencia era constante en la calle, reclamados sus auxilios por
los moribundos, apenas le precedía espaciados toques de ligera campanilla. Se
suspendieron el tañido de las campanas de las Iglesias. Todo hace pensar en “El
triunfo de la muerte de Brueghel. (Figura 9)
Figura 9.- El triunfo de la
Muerte-Brueghel-1562,
|
Familias enteras yacentes en el lecho
no tenían más auxilio que la caridad de los amigos, rara era la casa donde no
se cebó la epidemia. Hubo ocasión que de un solo piso, se extrajeran 3 y 4
cadáveres en un solo día. Y casa de vecindad, en la que en la temporada fueron
23 los que pagaron su tributo a la epidemia (9).
Los
médicos afectados o desaparecidos aumentaban por días. Los sanos parecían
enfermos, agotados por el trabajo y el dolor; nadie puede presenciar
tranquilamente su propia impotencia ante el espectáculo repetido, de enfermos espectrales
por su aspecto, manchados sus cuerpos y sus ropas (faltos de asistencia), por
el rojo negruzco de los vómitos. Estuporosos inconscientes unos, como seres
que ya no pertenecen en realidad a este mundo, agitados otros, en excitación
irreprimible o afectos de arrebatos de delirio, deshacerse en absurdos, mentes
hasta ayer sensatas. Y así, de casa en casa, en peregrinación dantesca, para
que agotados al llegar la noche y tras agitado sueño les esperase con el
amanecer, otro trágico carrusel en el nuevo día (9).
Un dato demostrará que esta
descripción es pálido reflejo de la realidad: entre las provincias de Cádiz y
Sevilla, el número de defunciones se elevó a sesenta y una mil trescientas
sesenta y dos (9).
Adolfo de Castro nos cuenta de este
modo; "Este año fue horrible para Cádiz. La fiebre amarilla o vómito negro
que en diferentes ocasiones del siglo anterior se había presentado en esta
ciudad y algunas poblaciones con corto estrago, en 1800 excedió los límites de
todo el horror que el miedo por la conservación de la vida hubiera podido
imaginar. A cuarenta y ocho mil quinientos veinte llegó el número de personas
invadidas del contagio: curáronse cuarenta mil setecientas setenta y seis, y
Murieron siete mil trescientas ochenta y siete, siendo de estas cinco mil
ochocientos diez varones y mil quinientas setenta y siete hembras».(21)
Y por si todo ello fuera poco, en el
amanecer del día 4 de octubre, en el que nadie sabía lo que para ellos deparaba
el de mañana, apareció cubriendo el ancho horizonte, el blanco reflejo que las
velas de una poderosa escuadra proyectaban sobre la ciudad. Las naves
pertenecían a Inglaterra, e iban al mando del almirante Nelson. Este
acontecimiento constituyó un nuevo motivo de consternación para una ciudad en
difíciles condiciones de lucha y de defensa. Ello movió a su Capitán General y
Gobernador Don Tomas de Moría, a solicitar inmediatos socorros a las
poblaciones inmediatas y a aprestar las escasas tropas disponibles a la
defensa.
Los parlamentarios que envió Nelson exigían
la entrega de las naves surtas en la
bahía, bajo la amenaza de bombardear e incendiar el Arsenal de la Carraca.
Moría respondió exponiendo lo que en Cádiz ocurría, pintando con vivos colores
el terror y la confusión reinante, provocada por la epidemia, que sin duda
venía él a aumentar, con la presencia de su Escuadra. Le expuso la escasa gloria
que representaba tomar a sangre y fuego una ciudad aniquilada por aquellas
circunstancias; pero que si a pesar de ello, persistía en su empeño "y
embestía tanto a la ciudad, cuando a cualquiera de las poblaciones vecinas,
entonces hallaría en ellas, defensa bastante a sustentar el honor y el decoro
de la nación española."Impresionado ante estas noticias y sin duda, movido
en parte por impulso de elegante caballerosidad y quizás también, por temor a
exponer a sus hombres a un posible contagio, Nelson hizo virar a las naves,
desapareciendo de la vista de Cádiz, rumbo al cabo de San Vicente y Gibraltar,
considerando del todo inoportuno el momento, para un ataque.
Sin embargo, a pesar de que no se
produjo ninguna agresión, el verse obligados a mantener un estado de alerta
aumentó la impaciencia y la fatiga en aquellos cuerpos agotados por la fiebre y
la amargura; así como la permanencia en las guardias, aguantando el húmedo
relente de la noche y la exposición al atardecer, aun sin saberlo, a la fatal
picadura de los mosquitos infectados, facilitó para muchos todavía indemnes,
las condiciones de contagio,"(21)
Podemos sacar conclusiones positivas
de estas epidemias: con la creación de las Juntas de Sanidad se consiguió
coordinar los esfuerzos de las distintas administraciones, dando instrucciones
como hemos visto no siempre bien recibidas. A este respecto, los litigios entre
ellas (sobre todo por limitaciones en sus atribuciones, autoridad etc.) crearon
lo que hoy llamaríamos Protocolos de Actuación, basados en el conocimiento científico
de la época, pero sobre todo de la experiencia. El diagnóstico de la enfermedad
era extraordinariamente difícil, debido a la variedad de síntomas que
presentaba y a que se podían atribuir éstos a variadas enfermedades.
Es curioso observar las elucubraciones
que hace Aréjula para comprender la enfermedad, pues hizo un estudio del clima
diario: vio que cuando las temperaturas eran altas, aumentaba el número de
afectados, no habiendo ningún enfermo cuando pasó el verano. También lo intenta
relacionar con la humedad o sequedad del verano, con el estado de salud de los
afectados, e incluso con su estado de humor, hablando de melancolía en los que
se ven afectados. Destaca que no todos los que enferman tienen por qué morir y
en otro lugar dice que son las personas que han pasado la enfermedad las
idóneas para cuidar a los enfermos. Concluye Aréjula con estos razonamientos y siguiendo
los escasos conocimientos de la época, que la enfermedad era contagiosa, si
bien haría falta que pasara casi un siglo para que Finley, como vimos,
demostrara que se transmite por un mosquito (9).
Se intentaron medidas terapéuticas, inútiles
tanto entonces como en la actualidad pues no existe un tratamiento específico. Algunas
medidas preventivas, a base de fumigaciones, se demostraron eficaces aunque no se
comprendía por qué. Hoy sabemos que ahuyentaban a los mosquitos, verdaderos
transportadores del virus. También se trataban las ropas, enseres, mercancías e
incluso alimentos con fumigaciones, incineración en algunos casos, cuarentenas,
habilitando locales para ellas (torre de la Calahorra y Malmuerta en Córdoba).
Otras medidas implicaban la separación
de los afectados en lazaretos, hospitales improvisados donde poco se les podía
hacer. Asimismo, se procedió al aislamiento de casas, calles, barrios (como en
S. Andrés en la epidemia del 1804 en Córdoba), e incluso de poblaciones, con
todas las deficiencias que se pueda imaginar, limitando la entrada y salida de
personas, animales, etc.
Por otra parte, se hizo necesario
instaurar enterramientos propios, dado el gran número de muertos en tan poco
tiempo que se produjo (como el cementerio de la Salud en Córdoba, aunque por la
lentitud de las administraciones acabó antes la epidemia) (16).
Y como no, la actitud de la población
en general; ya hemos contado lo acaecido en las epidemias de Málaga como
ejemplo. La población, ante un hecho que no sabe explicar, la impotencia y el pánico
consiguiente, recurre a lo sobrenatural (haciendo rogativas etc.), actuaciones
que la mayoría de las veces van contra los criterios científicos incluso de
aquella época.
Por último no quiero olvidarme de
aquellas personas que, sintiéndose obligadas a hacer algo, aunque solo fuera
consolar, se mantuvieron en su puesto de responsabilidad: civiles, militares, eclesiásticos,
funcionarios y como no, todos los profesionales sanitarios de la época, así
como a todos aquellos que ayudaron a que el mal desapareciera.
Bibliografía
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Colegio de Cirugía de la Armada de Cádiz. - Barcelona, 1961
11 Blanco White, J. M. Cartas de
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14 Jiménez Ortiz, C. La fiebre
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15 Ramírez Arellano y Gutiérrez, T.
Paseos por Córdoba Ed. Diario Córdoba S. A. (Tomo 1) Córdoba 2001
16 Ramírez Arellano y Gutiérrez, T.
Paseos por Córdoba Ed. Diario Córdoba S. A. (Tomo 2) Córdoba 2001
17 Soler Canto, J. - Cuatro siglos de
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18 Mendoza, J. Historia de la epidemia
padecida en Málaga en los años 1803 y 1804. Málaga. 1813.
19 AREJULA, J. M. - Memoria sobre el
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epidemiados.1800.
20 Mellado, B.- Historia de la
epidemia padecida en Cádiz el año de 1810
y
providencias tomadas para su extinción por las Juntas de Sanidad Suprema del
reyno y Superior de esta, ciudad....- Cádiz, 1811.
21 Castro, A.- Historia de Cádiz y su
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